domingo, 12 de septiembre de 2010

De mochilas y debrayes

El otro día cuando me dirigía de regreso a mi casa, al salir del metro pasé junto a los habituales comercios ambulantes y, sin querer, tire con la mochila una de las pinzas que sujetaban una bolsa de plástico negro a la tabla donde se exhibía una colección de dulces típicos. Apenado, pedí disculpas mientras me agachaba a recoger la pinza que había caído a unos pocos centímetros de mis pies. La viejita que se encontraba sentada al otro lado de la tabla me volteo a ver y, sin pronunciar palabra alguna, me regalo una sonrisa tan sincera y despreocupada que por un momento me alegre de haber sufrido tal accidente. Observando la distribución de las pinzas que aun se aferraban a la madera, supuse que la que había tirado correspondía a una de las esquinas (desde luego este hecho no me sorprendió pues las esquinas son mas propensas a estos incidentes) de modo que la volví a colocar en su lugar, me levante y asintiendo con la cabeza le devolví la sonrisa a la viejita para seguir con mi camino.



Mientras me alejaba del bullicio del metro pensé que, a estas alturas, ya no deberían de sucederme ese tipo de cosas, después de todo, casi nunca voy por la calle sin mi mochila. En ella suelo cargar, además de los útiles escolares, la chamarra, el paraguas, mi indispensable botella de agua, artículos de aseo personal y cualquier otro objeto que pueda requerir según la ocasión, debería estar bastante acostumbrado a moverme con la petaca a cuestas. Sin embargo, el hecho de que golpeara el puesto de dulces demandaba una segunda reflexión al respecto y rápidamente hallé un error en mi argumento pues, aun que siempre trajera la mochila conmigo, las propiedades de la misma cambiaban con gran frecuencia dependiendo de su contenido. A veces cargaba con el peso de 3 o mas libros y a veces con ninguno, si hacia frió, sacaba la chamarra y el volumen de la mochila disminuía considerablemente, es más, en mi obsesión por la comodidad reajusto el largo de las correas como me paresca pertinente, llegando a hacerlo en repetidas ocasiones a lo largo de un solo día. Desde luego resultaba imposible acostumbrarse del todo a un ente tan cambiante y así uno terminaba chocando contra los changarros callejeros.



Tras haber llegado a una conclusión, mi mente se enfoco en meditar el por que un suceso tan insignificante me provoco un análisis de cuadra y media o, mejor dicho, en por que tenia esa costumbre de darle tantas vueltas a las cosas más simples. No creo que sea una mala costumbre, solo me resultó interesante en ese preciso momento, mientras caminaba una acera fracturada por las obras del metrobus desde la que asomaban las caprichosas raíces de los arboles que quitaron para dar paso a un supuesto desarrollo urbano, haciendo aquella tarde nublada un poco más gris.

3 comentarios:

violeta dijo...

=)

+Koike-Rado dijo...

El meta debraye.

ari dijo...

Eso me recuerda que quiero una mochila nueva...

Me gustó tu post por alguna extraña razón :)