martes, 14 de septiembre de 2010

El post que no escribí

Hoy me disponía a escribir una entrada sobre los peculiares hábitos que tengo al andar. Son abundantes y muy variados, he caminado mucho, por muchos lugares y bajo muchas circunstancias. Sin embargo mi triste intento por postear se frustró, culpa de mi facilidad para divagar. Soy un desastre! Después de tan solo una linea, mi mente se volcó al hecho de que la había escrito prestando mínima atención al teclado. En lo que dura un instante me dio curiosidad saber que tan difícil resultaba escribir sin voltear a ver lo que hacían mis manos. No era la primera vez que me atacaba esta duda pero, como no pude recordar los resultados de la última (e incluso recordándolos, probablemente estarían caducos), decidí probar suerte de nuevo.

Presione "Enter" dos veces, con el ritmo que recuerda un latir de corazón, acto mecánico que ejerzo cada que quiero marcar una separación entre textos. Pensé en qué escribir, precisaba un conjunto de palabras que contuviera todas las letras, así que, falto de creatividad, procedí a teclear el alfabeto. El primer intento lo hice lento, cometí unos pocos errores que corregí sobre la marcha, respetando la regla de sólo mirar la pantalla. Después de repetir el proceso un par de veces más noté que la w no aparecía en ningún lado, la había ignorado por competo, al fin y al cabo casi nunca la usaba. Empecé de nuevo, haciendo el esfuerzo de no saltarme ninguna letra. Tras conseguirlo con éxito, clave los ojos en el teclado y continué deletreando el abecedario en la computadora, de esta forma resultaba más sencillo y mi velocidad aumentaba bastante. Entonces note que el intervalo [c, p] se podía teclear de manera casi continua, mientras que el intervalo [q, z] era totalmente disconexo por lo que al llegar a la p le costaba mas trabajo a los dedos concluir su ociosa tarea. Para fortalecer este punto débil me tome unas lineas de práctica a partir de la o. Y, al final, ya no redacte nada sobre los hábitos al andar.

A continuación dejo el borrador en cuestión:


Hoy me dijeron que camino rápido, y es cierto, cuando no me encuentro acompañado, camino mas rápido de lo normal.


abcdefghijklmnñopqrstuvxyz

abcdefghijklmnñopqrstuvxyz

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abcdefghijklmnñopqrstuvwxyz

abcdefghijklmnñopqrstuvwxyz

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opqrtsuvwxyz

opqrstuvwxyz

opqrstuvwxyz


...la fritez de los teclados

domingo, 12 de septiembre de 2010

De mochilas y debrayes

El otro día cuando me dirigía de regreso a mi casa, al salir del metro pasé junto a los habituales comercios ambulantes y, sin querer, tire con la mochila una de las pinzas que sujetaban una bolsa de plástico negro a la tabla donde se exhibía una colección de dulces típicos. Apenado, pedí disculpas mientras me agachaba a recoger la pinza que había caído a unos pocos centímetros de mis pies. La viejita que se encontraba sentada al otro lado de la tabla me volteo a ver y, sin pronunciar palabra alguna, me regalo una sonrisa tan sincera y despreocupada que por un momento me alegre de haber sufrido tal accidente. Observando la distribución de las pinzas que aun se aferraban a la madera, supuse que la que había tirado correspondía a una de las esquinas (desde luego este hecho no me sorprendió pues las esquinas son mas propensas a estos incidentes) de modo que la volví a colocar en su lugar, me levante y asintiendo con la cabeza le devolví la sonrisa a la viejita para seguir con mi camino.



Mientras me alejaba del bullicio del metro pensé que, a estas alturas, ya no deberían de sucederme ese tipo de cosas, después de todo, casi nunca voy por la calle sin mi mochila. En ella suelo cargar, además de los útiles escolares, la chamarra, el paraguas, mi indispensable botella de agua, artículos de aseo personal y cualquier otro objeto que pueda requerir según la ocasión, debería estar bastante acostumbrado a moverme con la petaca a cuestas. Sin embargo, el hecho de que golpeara el puesto de dulces demandaba una segunda reflexión al respecto y rápidamente hallé un error en mi argumento pues, aun que siempre trajera la mochila conmigo, las propiedades de la misma cambiaban con gran frecuencia dependiendo de su contenido. A veces cargaba con el peso de 3 o mas libros y a veces con ninguno, si hacia frió, sacaba la chamarra y el volumen de la mochila disminuía considerablemente, es más, en mi obsesión por la comodidad reajusto el largo de las correas como me paresca pertinente, llegando a hacerlo en repetidas ocasiones a lo largo de un solo día. Desde luego resultaba imposible acostumbrarse del todo a un ente tan cambiante y así uno terminaba chocando contra los changarros callejeros.



Tras haber llegado a una conclusión, mi mente se enfoco en meditar el por que un suceso tan insignificante me provoco un análisis de cuadra y media o, mejor dicho, en por que tenia esa costumbre de darle tantas vueltas a las cosas más simples. No creo que sea una mala costumbre, solo me resultó interesante en ese preciso momento, mientras caminaba una acera fracturada por las obras del metrobus desde la que asomaban las caprichosas raíces de los arboles que quitaron para dar paso a un supuesto desarrollo urbano, haciendo aquella tarde nublada un poco más gris.